El privilegio de la oración

Compartir

oracionPiense en alguno de sus mejores amigos. ¿Recuerda el momento en que lo conoció? Tal vez, al principio, solo tenían ciertas cosas en común, pero con el tiempo, aprendió a interesarse por cada aspecto de su vida. La relación surgió con naturalidad, y no por obligación.

Piense ahora en lo diferente que sería la amistad entre ustedes si solo buscara de su amigo cuando necesitara algo. Lamentablemente, así es como tratamos a Dios algunas veces. En vez de venir a Él para gozar de su compañía, oramos solo cuando necesitamos su ayuda.

El Señor nos creó para que tuviéramos una relación estrecha y amorosa con Él. Es por eso que nos ha dado el privilegio de buscarlo en oración en cualquier momento. De hecho, su Palabra dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (He 4.16). Si descuidamos este privilegio, pasaremos desapercibidas las respuestas a nuestras oraciones, y perderemos la maravillosa oportunidad de conocer a Dios de manera personal.

El Señor se revela a nosotros de varias maneras. En Mateo 7.9-11, leemos que nuestro Padre celestial siempre da cosas buenas a quienes le pidan. Sin embargo, no somos nosotros quienes decidimos lo que es bueno. Dios es un Padre sabio que mira más allá de nuestros deseos inmediatos, y ve lo que necesitamos.

Al observar cómo responde Dios nuestras peticiones, aprendemos en cuanto a su tiempo perfecto. El desánimo que sentimos por no ver respuesta inmediata a nuestras oraciones es una de las principales razones por las que dejamos de orar. Sin embargo, lo que no podemos ver es la actividad del Señor tras bastidores. A veces, Él está preparando las circunstancias antes de enviar una respuesta; y con frecuencia nos está preparando para que recibamos lo que Él quiere darnos.

La clave para orar con fe es tener confianza en el Padre celestial, la cual solo se adquiere cuando acudimos a Él para estar en su presencia, y no para obtener algo. Él nos conoce y desea que conozcamos el gran amor que nos tiene. El pasar tiempo con Dios transforma nuestro corazón y lo hace más como el suyo.

Escrito por: Charles Stanley 

Compartir