Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mateo 22:39.
Esta es una orden divina: ama a Dios, pero ámate también a ti. Si no te amas tú mismo, no podrás amar a los demás. Pero, amarse a sí mismo con equilibrio resulta difícil, después de la entrada del pecado en este mundo. ¡Necesitas sentirte digno de ser feliz y de realizarte como persona! Parece fácil, pero no lo es: implica reconocerte en condiciones de ser querido tal como eres.
El pecado hace dos cosas terribles: o te lleva a creer que eres el centro del universo o hace que te sientas sin ningún derecho de ser feliz. Existe mucha gente que, cuando se mira en un espejo, no puede evitar compararse con los demás, y cree que no vale nada y que no sirve para nada. Eso es lo que aprendió, desde niño, con la ayuda de padres exigentes que, a veces, le enseñaron a compararse con los demás.
Lo triste de todo esto es que el cuerpo expresa constantemente lo poco que te quieres con malestares y enfermedades. Los problemas de relación también son una evidencia de falta de autoestima, porque lo que haces contigo mismo lo haces también con los demás. Gente querida, que vive a tu lado, termina siendo víctima de tu frustración y tu descontento.
Si no te amas a ti mismo, ¿cómo estarás siempre conforme, disfrutando de la vida y valorizando a los demás?
Tu vida se transformará en un calvario de calamidades y en una cadena de desencuentros, errores, fracasos y accidentes, que te harán sentir miserable.
Todo lo que parece estar mal a tu alrededor es resultado de un proceso autodestructivo inconsciente, de una forma de pensar negativa que solo crea problemas.
Pero, la buena noticia es que Jesús vino a este mundo no solo a morir por tus pecados, sino también a devolverte el equilibrio de tu valor. Ama a Dios con todo tu corazón, y el resultado natural de esa entrega será tu propia valorización.
Con este pensamiento en mente, sal para enfrentar las luchas de este nuevo día. Por donde vayas, valoriza a las personas, reconóceles la dignidad, enséñales a crecer. Quiere decir, ámate a ti mismo y proyecta, en los demás, la gratitud que sientes en tu corazón porque Dios te amó primero. No te olvides, ama a tu prójimo, pero como a ti mismo.