martes 19 de noviembre de 2013 – 12:41 p.m. 616
Sello de amor
Philip, era conocido en su pueblo como un muchacho ateo que vivía burlándose de todos los que tenían fe en Dios.
En 1942 decidió escapar de su casa. Luego de marchar sin rumbo por algún tiempo, comenzó a sentirse cansado y sediento. A lo lejos divisó una pequeña choza, por lo cual pensó en pedir ayuda. Al llegar vio a una niña y Philip se acercó para pedirle un vaso de agua, pero ella, al ver su estado le pidió que entrara, para que también pudiera comer algo.
Philip fue atendido muy amablemente por aquella familia, hasta ese momento nunca se había sentido tan aceptado y apreciado, por lo cual aceptó la invitación de quedarse a pasar la noche en esa casa.
Al día siguiente, cuando ya se despedía, vio que la niña se había levantado temprano y estaba muy concentrada en su lectura, Philip le preguntó; ¿Estás preparando tu tarea?, No señor, contestó la niña, estoy leyendo la Biblia. Philip respondió, ¿Por que lo haces, acaso te impusieron como castigo leer unos capítulos al día?, la niña le respondió de inmediato, ¡no señor!, para mí leer la Biblia, es un placer.
El trato que recibió de aquella familia y esa breve plática tuvo tal efecto en el corazón de Philip James Eliot que lo motivó a leer la Biblia. Esto con el correr del tiempo, lo llevaría a convertirse en un valiente misionero, dispuesto a arriesgar su vida, por predicar el Evangelio de Jesucristo. Fue así que en Enero de 1956 y desempeñando esta tarea, tristemente fue asesinado por la tribu Huaoraní, en Ecuador.
Es llamativo como la vida de Philip, no fue impactada por una elocuente predicación, ni por una mega campaña evangelística. Lo que transformó su corazón y derribó todos sus argumentos ateos, fue simplemente el amor de una familia. Un vaso de agua, un trozo de pan, pudieron mucho más que las palabras. Pablo escribe en 1° Corintios 13:1 “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”.
No importa que tan elocuente sea tu forma de evangelizar, si tienes las suficientes bases científicas para demostrar un punto o si cuentas con poderosos recursos. Si todo esto no tiene el sello del amor de Dios, vienes a ser como un objeto que suena sin ningún sentido.
¿Cómo hablaremos del amor que tuvo Jesús al entregar su vida por la humanidad, sin que tengamos nosotros mismos ese amor por las personas que nos rodean?
Al igual que en la vida de Philip, el amor puede romper toda barrera, de manera tal, los hechos hablarán más alto que las palabras. ¿Queremos compartir el Evangelio, queremos llegar al que no conoce a Jesús?. Comencemos por amar, teniendo un corazón que sea capaz de aceptar al diferente. Quizás y como pasó con aquella familia, podamos impactar con amor a alguien que nos rodea, para que luego podamos hacer que el evangelio penetre hasta lo más profundo de sus corazones.
Que el amor sea un sello indispensable cada vez que presentes el Evangelio.
Por: Héctor Colque