Vasos de barro

vasijas de barro
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Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.

Se dice que quien es padre, no puede sentir más dolor que al momento de sufrir un daño por intermedio de un hijo. Se vuelve muy grande la amargura, al recordar que aquella persona que ahora nos daña, fue la misma que en su niñez, consolábamos en las noches de invierno. Es la misma persona, a que entreteníamos cuando no quería comer aquello que le haría bien a su salud y le haría crecer. Y es aquella misma persona, a la que muchas veces le enseñamos a protegerse justamente de quienes le hirieran.

No obstante, nunca pensaste que a la persona que aquella vida heriría sería precisamente, la tuya. Y eso no deja de romperte el corazón, porque nunca lo esperaste.
En la segunda epístola a los cristianos en Corinto, Pablo intenta defenderse de múltiples ataques que ha recibido de personas a las que el mismo les predicó y que muy probablemente también discipuló. Es cobardemente calumniado en el momento que está misionando a otras ciudades griegas, predicando la misma luz del evangelio que ellos recibieron, entregando dedicándose a muchos otros griegos que viven una vida de oscuridad por el pecado, por la vanidad de la filosofía y por la efímera seguridad del cultivo al cuerpo.

Ellos mismos, que en otro tiempo compartían el mismo destino que sus compatriotas de Efeso, Macedonia y Listra. Hoy le critican motivados por egoístas y hedonistas deseos, más que por una genuina preocupación de bienestar para su iglesia local.

Pablo, expone con humildad y sencillez de corazón lo injusto e inmisericorde de las acusaciones de las cuales es victima; pero más allá de desear limpiar su nombre, está el sincero afán de no dejar lugar a dudas, de que el que hace todas las cosas posibles es Dios; y que las fuerzas humanas no son el medio ni la herramienta requerida, para que la gloria de Dios sea evidenciada.
Quien desee pretender que para que Dios manifieste su poder y realice sus milagrosas obras, requiere la presencia de un ser humano capaz, es alguien que realmente no está confiando en el poder de Dios, sino que confía en la limitada y frágil capacidad del ser humano, la que generalmente es incierta y fugaz.

Pues, si confiamos en nosotros mismos, ¿qué lugar queda para la obra milagrosa de Dios?, pareciera que el siglo XX y el XXI nos han enseñado a dejar a Dios que se encargue de los grandes problemas cósmicos del universo. No obstante, el tratamiento del corazón humano, sus conflictos, frustraciones y pecados quedan en manos del hombre mismo. Ya que, la suma de siglos de dolores y derrotas da a nuestra sociedad una seudo autoridad, para desplazar a Dios de nuestro entorno y buscar en nuestro limitado criterio el futuro de nuestras vidas.

Pero cuando echamos una mirada hacia el pasado, vemos que la cosmovisión de nuestra modernidad no difiere mucho de la visión reinante en la ciudad de Corinto. Y al contextualizar las frustraciones de Pablo, podemos ver con claridad, que las nuestras son muy semejantes, por no decir, las mismas de sociedad corintia.

Corinto, puerto griego, donde el comercio fue su principal motor de desarrollo, posee las características propias de un lugar próspero y tolerante. Más aún, cuando la religión promueve la libertad a tal punto, que nada está prohibido, sólo se prohíbe prohibir. Lo que trae como resultado el caldo de cultivo propicio para que el ser humano se sienta señor y amo de su propio destino. En consecuencia, Dios, quien no busca ser un accesorio, sino el elemento principal de nuestras vidas, no tiene cabida en este lugar.

Pero es precisamente a Corinto donde Dios lleva a Pablo, ¿está Dios loco? ¿Confundió Corinto con una ciudad menos pecadora y con un corazón más cercano a Dios?. No, Dios no está loco, sólo trabaja en una lógica muy distante a la nuestra “Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” Isaías: 55:9. Y su misericordia es tan grande, que no está en busca de personas aptas ni santas, sino de nosotros, personas completamente pecadoras (Mateo 9:12-13).

Y es a esos pecadores a los que Pablo les predica, personas que creen tener la vida en orden y el futuro asegurado; quienes creen que la esclavitud que llevan es el peso normal y aceptable para pagar el precio de los placeres sociales. Donde la liberación sexual, tiene un garante religioso, que promulga y promueve el sexo desenfrenadamente como un ritual de agradecimiento.
En una comunidad que a diario acoge la visita de miles de ansiosos marineros que son recibidos por también miles de mujeres deseosas de satisfacerlos por un buen precio, o por el simple deseo de sentir placer.

Luego de una laboriosa obra de evangelización, en la que el desaliento y la frustración son los obstáculos que más se repiten; incluso antes de llegar a Corinto, producto del rechazo que sufre en Atenas. Las fuerzas se acaban y la fatiga comienza su obra destructora, pero Pablo continúa, mirando en fe a todos aquellos que creerían en el evangelio, quien como es descrito por el autor del libro de Hebreos, camina con “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.” Hebreos 11:1.

Y por eso Dios, en su abundante gracia anima a Pablo reforzando su fe, para que no haya duda, de que se encuentra ahí, por voluntad de Dios “No tengas miedo; sigue hablando y no te calles, pues estoy contigo. Aunque te ataquen, no voy a dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha gente en esta ciudad” (Hechos 18: 9-10). ¿Cuántas veces Dios ha puesto algo en nuestro corazón y porque los resultados no son los que esperamos, pensamos que no es voluntad de Dios?

El rechazo que Pablo recibe en Atenas fue absoluto, y en su llegada a Corinto, pareciera que los resultados no serán diferentes. Una ciudad habitada por griegos sofisticados y hedonistas no desea escuchar de un Dios que les hable de pecado y condenación eterna. Sus oídos sólo están abiertos a cualquier dios que les invite a celebrar con desenfreno y locura.

Junto a lo anterior, Pablo debe enfrentarse a enemigos de su propio pueblo, quienes no aceptan que Cristo es el Mesías, y en consecuencia lo desacreditan y buscan por intermedio de cualquier recurso, estorbar la obra evangelizadora. Pablo debe ver con dolor como su propio pueblo se esfuerza en desacreditarlo e impedir que continúe su predicación, al punto que lo llevan ante las autoridades de Corinto para que le castiguen o a lo menos, le echen de la ciudad. Pero la actitud de Galión, nos muestra la poca importancia que daban los corintios a los problemas que los judíos tenían contra Pablo, e incluso problemas sobre quien sería el verdadero Mesías.

Pero Pablo recibe las primeras confirmaciones de su mensaje, cuando importantes judíos creen al mensaje de salvación, entre ellos Crispo y muchos otros más.
Luego de un año y medio de interminable trabajo evangelizador, Pablo, deja Corinto con una promisoria y vigorosa iglesia cristiana. Una luz en medio de la oscuridad del pecado que rebosa por los muros de la ciudadela de Acrocorintio. Queda ahora en manos de los cristianos corintios la labor evangelizadora, contagiar a sus coterráneos con la savia del mensaje divino, y detener la contaminación social de su ciudad.

Pero el tiempo ha pasado, y Pablo ya ha visitado una segunda ocasión a los corintios en el momento que escribe esta carta. Y parte de aquella iglesia que el plantó con tanto sacrificio y resistencia, hoy cuestiona la veracidad de su apostolado. No reconocen en él una autoridad suficiente como para dictar consejos sobre el proceder diario de los miembros de la comunidad cristiana de la ciudad.

Cuando observamos los consejos y exhortaciones que Pablo entrega a los corintios, vemos que en su mayoría, tienen relación con la recurrencia a vicios de su antigua vida mundana, o bien, con malas interpretaciones de la vida que Cristo desea de un buen cristiano. Como a hijos, los aconseja con sabias y amorosas advertencias para que su vida a diario sea más semejante a la de nuestro Señor.

Ante tal preocupación de Pablo por el bienestar de los corintios, nos llenamos de interrogantes por la reacciones de los corintios. Sin embargo, cuando analizamos nuestra vida nos damos cuenta que actuamos de la misma manera cuando alguien critica nuestro estilo de vivir; y generalmente justificamos nuestros acciones con el tiempo que hemos permanecido lejos de Dios. Pero lamentablemente también nos justificamos, desacreditando a quien nos increpa, aunque dicha persona lo haga con amor y respeto.

Pero siendo testigos de la humildad y el trato que Dios hace a las personas, Pablo les recuerda que toda la obra que ha sido realizada en sus vidas, no proviene del conocimiento, experiencia o sabiduría de proviene del hombre. Sino que ha sido la maravillosa obra transformadora de nuestro Señor la que cambió sus corazón, que todo lo maravilloso que han conocido y la liberación de las ataduras del pecado que han experimentado son gracias a la obra redentora de Dios. En consecuencia, la intervención humana no ha entregado ningún aporte al bienestar de los corintios. La preocupación y el tiempo dedicado por Pablo para que ellos recibieran el mensaje no tienen ningún valor. Dado que como barro, los humanos somos frágiles, propensos a desesperar ante el más mínimo inconveniente que se nos enfrente y dados a abdicar a nuestras responsabilidades cuando son alejadas a nuestras intenciones.

Como barro en el cual se pueden invertir muchas horas en su fabricación, pero que nunca podrá ser resistente como un metal. Nuestras vidas son frágiles y nuestra voluntad es cambiante. En todo momento es vulnerable y presta a escuchar el consejo fácil y destructivo, con el único fin de no someterse a la voluntad divina. Pero pese a ello, Dios nos utiliza para que su obra conversora sea hecha en el hombre pecador, y eso hace que no haya gloria para el hombre por ello.

Somos frágiles vasos de barro, somos quebradizos instrumentos de Dios, ¿Por qué?, Porque toda gloria debe ser para Dios. Estamos propensos en todo
momento a los ataques de nuestra bajeza, somos un blanco fácil para nuestras debilidades, ¿para qué? Para que la salvación no dependa de nosotros, sino de la perfecta y suficiente obra de Dios. ¿Qué nos queda por hacer ante tan evidente realidad? Tomar para nosotros lo que Dios dijo a Jeremías “Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte.” (Jeremías 1: 19), confiar que la batalla por el destino de nuestras almas no está en las manos de diablo, sino en el corazón de Dios.

Por lo tanto, debemos vivir confiadamente de que nuestro futuro reposa en manos seguras e interesadas en nuestro bienestar final Pablo, pudo defenderse de muchas formas ante tanto ataque que recibió de parte de sus hijos espirituales de Corinto. Pero antes que ocupar el más sencillo y “justo” método de aclaración. Nos aclara que como barro, estamos propensos a muchos errores.
No obstante, somos receptáculos del más grande bien que una persona puede recibir, la salvación eterna del alma. Y aunque somos el contenedor de tan grande bienestar, no tenemos gloria en ello, tan sólo gracia.

¿Dejaremos de hacer la obra de Dios por la gran cantidad de grietas que tiene nuestra vida?. Al contrario, para que la gloria de Dios pueda ser manifestada en su plenitud, nosotros debemos entregarnos a su voluntad, para que actúe con libertad y perfección; y así obtener a la postre un espíritu dócil y humilde para su Gloria

Enviado por Raymon Curti

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